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11 de agosto de 2012

LONDRES 2012

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Sebastián Crismanich, el pibe que logró su sueño de oro en Londres

 

El correntino jugaba al fútbol y sentía que no tenía carácter para el taekwondo, pero su hermano lo convenció y hoy es campeón olímpico. Dejó su casa, se fue a vivir a Córdoba y forjó su espíritu. Ayer conquistó al mundo.

 

Lo dice siempre: no tenía carácter para ser luchador. Sebastián Crismanich insistía con eso de que no estaba hecho para el taekwondo, que pensaba en jugar al fútbol y que su hermano Mauro lo convenció de que probara. Ayer, con la medalla de oro, llorando y sintiendo que la vida al final paga el esfuerzo, el correntino entendió que después de tanto sacrificio había tomado la decisión correcta. La que lo llevó a cumplir el sueño de su vida: ser campeón en un Juego Olímpico. 
En el viernes de Londres, emergió de la nada. Era uno de los argentinos que competía en taekwondo en el enorme Excel. Su nombre era sólo una promesa. Pero Crismanich estaba convencido de sus fuerzas y llegó muy alto; tanto como soñó desde los 7 años. El correntino tenía su mente ordenada y estaba preparado para explotar. Derrotó en la final al español Nicolás García parado en una sola pierna, con la rodilla izquierda maltrecha y soltando el aire como un toro malherido.
Una hazaña de proporciones: es el primer argentino, desde Londres ‘48, en ganar un oro en un deporte individual. Desde Delfo Cabrera, en maratón, y Rafael Iglesias y Pascual Pérez, en boxeo, nadie más lo había hecho. Todo lo que siguió fueron logros en equipos o duplas.
“Creía que este deporte no era para mí, no tenía el carácter que se necesita. Era introvertido, inseguro. Por eso agradezco a este deporte que me formó como persona”, decía Crismanich
En estos Juegos, “Crisma” se plantó como pocos argentinos en un escenario universal. Demostraba que no había venido sólo a competir. El correntino nunca dudó ni flaqueó: llegó a Londres a ganar. Lo sabía cada mañana cuando cruzaba la avenida Valparaíso, en Córdoba, para ir a entrenarse en el centro deportivo de la Universidad Nacional; y lo supo ayer cuando subió al tatami listo para bancar lo que viniera.
Practicaba fútbol y su hermano lo llevó al taekwondo. “Creía que este deporte no era para mí, no tenía el carácter que se necesita. Era introvertido, inseguro. Por eso agradezco a este deporte que me formó como persona”, contó alguna vez.
Aunque en la casa de los Crismanich, en Corrientes, las artes marciales eran pan de cada día, él tenía otros intereses. “Mi papá practicó de joven artes marciales y siempre fue muy fanático. Pero a mí me gustaba viajar y ese fue mi incentivo para entrenar duro y preferir tirar patadas de taekwondo que de fútbol”.

 
Fernando Mantilla, un experto en taekwondo de Corrientes, lo preparó para salir a caminar. Fueron sus primeros pasos, lejos de todo (hasta se sintió “discriminado” en Buenos Aires por ser correntino y no viajar a los campeonatos internacionales), hasta que comprendió que para crecer debía buscar un destino diferente. Y entonces apareció Córdoba.
Su vida en la Docta. Llegó a Córdoba con 18 años, buscando perfeccionar su técnica. Junto a Mauro, su hermano, vinieron con una mochila, algo de ropa y vivieron en una casa prestada. Era uno más de los miles de pibes que llegan a la ciudad atraídos por la oferta universitaria y deportiva.
“Quería perfeccionar la técnica, pero no tenía ninguna –se reía anoche la cordobesa Carola Malvina López, su compañera en la UNC–. No coordinaba dos patadas seguidas. Se entrenó dos años yendo y viniendo hasta que decidió que se vendrían con Mauro a vivir a Córdoba”. Así, comenzó a trabajar a fondo con el equipo de taekwondo de la UNC, bajo las órdenes del entrenador líder, Hernán Quinteros, y con la colaboración de Jeovanni Baeza, un experto llegado desde Neuquén.
Había dejado Corrientes, su tierra, y eso lo marcaría para siempre. Comenzó con todo en Agronomía y el primer año tiró bien. Pero a esa altura lo sabía: lo suyo era el taekwondo. Hoy cursa materias de segundo y tercer año y promete retomar los estudios una vez que termine la locura olímpica. Es la promesa que le hizo a su mamá Paula Sandoval: llevarle el título. Cosas de madres.
Desde entonces, su carrera deportiva fue creciendo hasta que se convirtió en un potente taekwondista de 80 kilos. Pulió su técnica (tanto que ahora hay una patada que lleva su nombre) y se convenció de que podía pelear. Quinteros y Baeza descubrieron rápidamente que el correntino tenía “pasta” para ser un fuera de serie. Idearon un plan especial y pasó a entrenarse en doble turno. La “facu”, los fines de semana en el Paseo del Buen Pastor (viendo autos tuneados, su debilidad) con su novia Melisa y las salidas al cine quedaron cada vez más olvidadas. A dormir temprano para volver a empezar cada día. Entonces llegaron los Panamericanos de Guadalajara, un nocaut increíble para ganar el oro y la sensación de que su vida se encaminaba a algo más grande. Para eso, empezó el ciclo con los sudamericanos y los panamericanos hasta pasar 22 días en San Luis de Potosí, en México, el mes previo a los Juegos. El resto es historia reciente y será tapa de todos los diarios argentinos.
Un toro. Crismanich forjó su carácter a partir del taekwondo. Pero no dejó de ser tímido y muy formal. Antes de los Juegos, había contado que quería sacarse fotos en la Villa Olímpica con alguno de los chicos de las selecciones de Argentina. “Para mí son todos unos héroes”, dijo en una entrevista. La vida da vueltas raras, porque ahora al que le van a pedir fotos es a él.
Anoche se acordó de Carlos Espinola, alguien que cambió su vida. Correntino como Sebastián, recordó el día en que vio llegar a “Camau” con una medalla. “Yo quería ser campeón del mundo”, contó. “Pero ver el recibimiento que le dieron en mi provincia me impactó. Mi viejo me dijo que él venía de los Juegos Olímpicos, que era mejor que un Mundial. Eran muchos mundiales juntos. Desde ese día yo quise ser como ‘Camau’”.
Ahora, festejará sus 26 años el próximo 30 de octubre con una medalla de oro y el objetivo de su vida ya cumplido. Consiguió moldear su carácter, es campeón de todos los mundiales juntos y ayer sintió que valió la pena un esfuerzo incalculable. Regresará a Córdoba para seguir caminando los pasillos de la Universidad, su segunda casa, y en las vacaciones lo espera en Corrientes su familia, la que al fin de cuentas ha sido la clave de todo.

 TEXTO: FEDERICO GIAMMARIA(MUNDO D)

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