Maravilla Martinez. CAMPEON MUNDIAL
"Me iba a tener que matar para sacarme"El día despúes, el campeón revivió su noche mágica en Las Vegas. Cuenta al detalle la caída en el último round, lo que le costó levantarse y cómo terminó pegando. Dice que Chávez padre le pidió revancha antes de las tarjetas y que, todavía sordo por el piñón de Junior, no escuchó el fallo.
El celular avisa que entró un mensaje desde el 805-701... “Estoy en el Starbucks del shopping de enfrente del hotel. Salí a tomar un rato de aire porque ya no me bancaba el encierro”. En la cola de la cafetería, sin escolta ni fanfarria, el mismo Sergio Gabriel Martínez que en la madrugada del sábado se convirtió en un ídolo popular en nuestro país y en la figura más buscada del mundo pugilístico, hacía la cola esperando por un capuccino. Sacándose fotos con los que lo reconocían, sin alharacas, prefirió cambiar el sitio de la charla mano a mano con Olé al restaurant Maggiano, en un balcón del primer piso del distinguido Maggiano’s Fashion Show Mall, solamente porque allí podía disfrutar del sol.
Mientras llegaba una pizza personal de peperoni y rúcula, vestido discretamente de negro y con gafas para tapar las huellas de la pelea, Maravilla revivió el combate que en la madrugada de ayer paró los corazones de un país y compartió las emociones de una noche mítica en el Thomas and Mac Center de Las Vegas. “Tengo una felicidad que no me entra en el cuerpo. Tengo la satisfacción del deber cumplido. Yo sé que para muchos, los que no me conocían como boxeador y sólo me tenían por mis últimas apariciones en televisión, podía pasar por un bocón. Pero yo no soy así; soy un producto del sacrificio y del estudio. Si yo digo algo es porque primero pensé en cómo hacerlo y me convencí de que puedo. No prometo en vano: dije que le iba a dar una paliza a Julio César Chávez Jr y cumplí”, explica el nuevo campeón mundial mediano del CMB.
-Repasemos la velada por etapas. ¿Qué sentiste al entrar al estadio?
-Uuuuh, la piel de gallina, como ahora que lo rememoro. Es un estadio enorme. Y ver que yo lo había puesto a tope es algo muy fuerte (NdR: las 19.186 entradas vendidas son récord para Las Vegas). Las camisetas de fútbol, los hinchas gritando. Muy fuerte. Por eso cuando subí al ring me tomé un ratito para terminar de escuchar la canción (Los de atrás vienen conmigo, de Calle 13) y para disfrutar de ese espectáculo de la gente coreando mi nombre.
-Suena la campana y...
-Y me desato. A Junior lo había dominado psicológicamente en la previa y desde la primera piña le demostré que no tenía nada que hacer conmigo. Yo sabía que había que tenerlo a regla con el directo de derecha. Me cansé de tirárselo. A ver la estadística (pide el papel). Uf. ¿Tiré 908 golpes? Una puta máquina, je. Y fueron 502 jabs. De puta madre... Sí, lo manejé como quise. A él lo vi atado, confundido. Tanto que varias veces le bajé las manos y lo desafié. Porque él no me pegaba ( NdR: el mexicano lanzó sólo 390 golpes en el combate) y estaba confundido. Parte de su hinchada no se lo perdonó y empezó a gritar “Canelo, Canelo” ( NdR: otro boxeador azteca), porque no le daba espectáculo. Yo la venía llevando cómoda más allá del corte en el octavo round. La veía muy clara.
-¿Por qué no especulaste en el último round?
-Porque se habló tanto de los jueces que no quería que hubiera dudas. Además, si le había dado una lección de boxeo toda la noche, ¿por qué no hacerlo tres minutos más? Si no se fue al piso es porque hay demasiada diferencia de físico: yo subí con 76 kilos y me rompí las manos por pegarle a un muchacho que estaba en no menos de 82. Era como darle a una pared, pero no paraba nunca. Por eso no quise sacar el pie del acelerador. Y me metió la única mano de toda la noche.
-¿No la viste venir?
-Peor. Sí la vi. Es decir, cuando cerré la distancia me dormí una fracción de segundo, algo imperdonable (y muestra un leve rictus de desagrado). Cuando me avivé, vi dónde tenía mi cuerpo, dónde estaba él y me dije: “Acá viene la mano, la puta madre”. Y vino. Me pegó el zurdazo acá, detrás de la oreja derecha, y me mandó al piso.
-¿Estabas muy mal?
-Cuando me fui al suelo estaba muy mareado. Me costó incorporarme, muchísimo. Cuando hice la flexión mientras el árbitro Tony Weeks llegaba a los ocho segundos, organicé la cabeza, apreté los dientes y fui a la carga. El problema era que tenía una sensación de flojera en las piernas, como que me iba de costado. Pero me iba a tener que matar para sacarme. Porque es como la canción de Andrés Calamaro: “Un campeón, a veces cae”. Pero se levanta y pelea.
-¿Y por qué no te pudo noquear?
-Porque yo siempre lo dominé mentalmente. Aún estando mareado. Cuando lo vi venir pensé: “No vas poder, te cago de anticipo”. Y lo paré con un derechazo lindísimo. Eso lo hizo irse hacia atrás y entender que adelante había un hombre con las pelotas bien puestas. Cuando caí por segunda vez, por el resbalón, lo laburé al árbitro desde la lona. Hice tiempo como en la cancha, je.
-Y encima terminaste pegando...
-Seguro. Por eso mi grito de alegría en la campana final. Porque ese ratito de dominio suyo no podía borrar una noche de clase de boxeo. Lo anticipé, lo moví, le esquivé las manos. Me sentí muy bien y demostré que soy un boxeador en todo sentido.
-¿Cómo esperabas el fallo de los jurados?
-Algo me tranquilizó, y fue que cuando fui a saludarlo a Junior a su esquina me encontré con JC padre. Y ahí nomás me pidió la revancha. ¡No habían dado el fallo todavía! Me tranquilizó un poco. Eso sí: no escuché las tarjetas porque estaba sordo por el piñazo del final. Sólo entendí “from Quilmes...” y vi que mi equipo festejaba. “Hostias”, me dije, “le gané, no es un sueño”.
-¿Te sorprendió el fanatismo de la gente?
-Superó todo lo que había esperado. Mi mamá me dijo que cortaron la cuadra de su casa, en Quilmes, para hacer una fiesta en la calle con fuegos artificiales. Me contaron que la pelea tuvo como 30 puntos de rating y que la gente festejó mucho... qué lindo ver a tantos compatriotas, con diferentes camisetas de equipos de fútbol, cantando “¡Argentina, Argentina!”. Es una satisfacción haber sido el generador de un momento de alegría general. Eso paga más que los dólares recibidos.
-¿Qué se viene ahora?
-Un buen descanso, un paseo por el quirófano y a pensar en el futuro. Una semana después de la operación ya estaré entrenando. Tengo 37 años, me queda poco tiempo en el ring, pero creo que todavía puedo darles más alegrías a los argentinos.
FUENTE: OLE.COM.AR
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